ROUSSEAU Y LA SOBERANÍA
Jean-Jacques Rousseau (Ginebra, Suiza, 28 de junio de 1712 - Ermenonville, Francia, 2 de julio de 1778) fue un escritor, filósofo y músico franco-helvético definido como un ilustrado; a pesar de las profundas contradicciones que lo separaron de los principales representantes de la Ilustración.
Las ideas políticas de Rousseau influyeron en gran medida en la Revolución francesa, el desarrollo de las teorías republicanas y el crecimiento del nacionalismo.
Su herencia de pensador radical y revolucionario está probablemente
mejor expresada en sus dos más célebres frases, una contenida en El contrato social: «El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado»; la otra, contenida en su Emilio, o De la educación: «El hombre es bueno por naturaleza», de ahí su idea de la posibilidad de una educación.
Rousseau se adelantó a lo que
iba a suceder años después, ya que escribió su obra varias décadas antes de los
procesos revolucionarios del siglo XVIII.
Dice Ortiz (Política y Estado) que
la doctrina roussoniana presupone ciertas premisas que damos por más que
conocidas. Así la idea de la bondad natural del hombre, su vida libre y feliz
en el estado de naturaleza, su desgracia al perderla en el momento que nace la
apropiación de los bienes por particulares. El lento paso de la civilización
que, siglo a siglo, trae más desventuras a los hombres, los vuelve más
infelices y corruptos. El poder es un mal que hay que vencer a través de la
acción redentora del pueblo. Así, emanada de un contrato tan hipotético como
confuso, nace la voluntad general, expresión popular por excelencia.
Lógicamente a partir de aquí aparece la idea de soberanía que en muchos
aspectos parece un calco de lo imaginado por los absolutistas, a los cuales
Rousseau decía combatir.
- El soberano (es decir el pueblo,
que se expresa en la voluntad general), es infalible. El pueblo no puede querer
nunca su propio mal, por lo tanto, nunca se equivoca.
- La soberanía es indivisible. Es
del pueblo en forma integral: si el pueblo cede parte de ella, ya no es
soberano.
- Es inalienable: por consiguiente,
no se puede ceder. Si se lo hiciera, entonces el soberano sería la persona o
personas que representan al pueblo.
- Es absoluta, no tiene límites; ni
tampoco existe el derecho de las minorías frente a ella. A quien no está de
acuerdo, corresponde «obligarlo a ser libre».
- La soberanía popular se expresa en
la ley. La ley, por surgir del pueblo (que es infalible) siempre es justa.
- Para garantizar la rectitud de la
ley, su elaboración debe estar en manos de una especie de superhombre, que es
el gran legislador, genio y sabio a la vez.
- La soberanía, por esencia
indelegable, hace que los gobiernos sean meros comisionistas del pueblo. Sin
representación alguna, deben ejecutar lo que el pueblo ha decidido.
- El soberano debe decretar la
religión civil, fijar sus dogmas y castigar a los remisos en comportarse
externamente conforme a sus preceptos.
- Tal religión civil impone
preceptos para la convivencia social que deben ser cumplidos por los
ciudadanos. Se aconseja la muerte y el destierro para los disconformes.
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